1. Introducción
El propósito de este curso es mostrar la vinculación que existe en la teoría ética de Tomás de Aquino entre la virtud de la humildad[1], que está regida por la razón práctica, y la acción concreta del ser humano, pues el papel de esta virtud es orientar al hombre en sus acciones hacia el bien, de forma que éste no sólo persiga su propio bien personal, sino también el de los demás.
Al tratar de este tema nos encontramos dentro del ámbito de la ética y de la acción práctica, puesto que aquel que es humilde actúa rectamente y, contrariamente, quien se deja llevar por el amor desmedido que siente por sí mismo obra mal.
Con todo, en ocasiones, la soberbia también puede nacer de su contrario, como sucede “cuando alguien se enorgullece por su humildad”[2], puesto que conviene matizar que según el criterio tomista “nada prohibe que un contrario sea causa del otro por accidente”[3].
El de Aquino considera que el defecto fundamental de la soberbia no sólo está en el intelecto, sino también en el sentimiento, ya que el soberbio magnifica su propio bien[4]; tiene un deseo desmedido de excelencia personal que no es acorde a la recta razón.
Por este motivo, Tomás indica que “la humildad no sólo se requiere para la salud interior del sentimiento y del intelecto, sino también para la pureza exterior de las obras”[5].
La virtud está orientada al bien, mientras que cualquier vicio tiene como causa el mal. Si el ser humano tiende de forma natural al bien, que causa placer y gozo, y evita el mal, que produce el dolor y la tristeza, “la humildad, en cuanto que es virtud, lleva algún placer deseable en el interior en su razón”[6].
En contra de la bondad propia del hombre humilde, el soberbio refleja aversión al bien en sus acciones[7].
En suma, "el apetito desordenado de los bienes arduos o difíciles corresponde a «la soberbia de la vida», porque la soberbia es un deseo desordenado de sobresalir"[8].
A lo largo de su obra, el dominico muestra cómo la virtud de la humildad es un medio eficaz para luchar contra el vicio de la soberbia.
Así afirma Pieper que “en todo el tratado de Santo Tomás sobre la humildad y la soberbia no se encuentra ni una frase que diera pie a pensar que la humildad pueda tener algo que ver, como tampoco lo tiene ninguna otra virtud, con una constante actitud de autorreproche, con la depreciación del propio ser y de los propios méritos o con una conciencia de inferioridad”[9].
Por tanto, "la soberbia es la elevación defectuosa del apetito"[10].
Es decir, la humildad limita el amor excesivo que el soberbio siente por sí mismo y que se refleja de forma clara en la acción a través de la hipocresía, la jactancia, la desobediencia o la ingratitud[11].
Sin embargo, la persecución del elogio por parte del soberbio tiene una consecuencia directa en relación con la felicidad.
Como pone de manifiesto Silvestre de Ferrara, la felicidad del soberbio depende siempre de los demás, porque el honor no está en la potestad de aquel que es honrado, sino en la decisión de aquel que honra[12].
Es decir, la felicidad del soberbio siempre está en manos del aplauso ajeno, por lo que tiene una base y un soporte muy débil. Así lo percibe también Báñez: "la felicidad debe ser el verdadero bien del hombre pero el honor y la fama, fácilmente pueden ser falsos, porque la fama no es otra cosa que la clara notoriedad del elogio"[13].
Como bien aclara Silvestre de Ferrara pocas cosas existen en la vida de un ser humano que sean tan inestables como la fama[14].
2. Manifestaciones de la soberbia
En el marco de la teoría antropológica de Tomás de Aquino existen diferentes grados de soberbia que se manifiestan claramente en la acción[15], de la misma forma que contrariamente “algunos hechos exteriores proceden de la disposición interior de la humildad en las palabras, acciones y gestos”[16]:
a) Jactancia e hipocresía.
El primer grado de soberbia se determina en función del objeto.
Son soberbios aquellos que se jactan de tener lo que no tienen.
La jactancia es una especie de soberbia en función del sentimiento interior que nace en el hombre cuando se jacta de algo.
Sin embargo, este tipo de soberbia considerado según el acto exterior se clasifica dentro de la vanagloria, porque aquel que la padece pretende presumir frente a los demás mediante la palabra.
La jactancia es una alabanza excesiva de algo que se tiene, en definitiva, de algo que se es. Por esta razón, el soberbio resulta presuntuoso al mostrar orgullo por sus cualidades o acciones propias.
La hipocresía y la anticipación de los hechos es otro de los medios que encuentra el ser humano para manifestar este tipo de tristeza.
b) Desobediencia.
Otro tipo de soberbia se toma en función de su causa, es decir, dependiendo de cómo el hombre ha conseguido lo que desea.
Según esta distinción, Tomás de Aquino indica que el ser humano puede alcanzar un objetivo a través de los propios méritos o mediante la colaboración de una tercera persona. Por ejemplo, a través de un favor o una recomendación.
Este pensador considera que la desobediencia a un superior es una forma de soberbia, ya sea en el ámbito profesional o en el personal, como puede ser el caso, por ejemplo, de los hijos en relación con sus padres.
Por el contrario, “la obediencia es signo de humildad y de humillación, ya que lo propio del soberbio es seguir la propia voluntad: el soberbio busca la altitud”[17].
Por tanto, la obediencia propia de la humildad es contraria a la desobediencia que caracteriza al hombre soberbio.
Por esta razón afirma el Aquinate que solamente “es verdadera la humildad que no desea obediencia”[18]. Es decir, aquella humildad que es buena en sí misma y no se da con una finalidad ulterior.
En relación con esta cuestión, Cayetano piensa que la gloria que se pone como fin de la virtud termina destruyendo la propia virtud[19].
De esta forma, Tomás determina que, tanto la soberbia como la humildad se reflejan claramente en la acción, en la que se manifiesta que “el hombre se humilla interiormente por los signos de humildad”[20].
De la misma forma que una sonrisa es un signo de alegría, la genuflexión, por ejemplo, es un gesto propio del hombre humilde de corazón.
c) Desesperanza e infidelidad.
También puede suceder que un bien exceda la propia medida personal en cuanto al modo de poseerlo.
Esto sucede cuando una persona se queda para sí misma un bien que debe compartir con los demás.
A juicio de Tomás de Aquino los efectos negativos que produce este vicio son varios.
La soberbia no solo corrompe directamente la virtud de la humildad[21], sino que también produce desesperanza[22] y acarrea infidelidad, puesto que el hombre no quiere subordinarse a las normas de la fe[23].
d) Presunción.
El cuarto tipo de soberbia se muestra cuando alguien presume de sí mismo como si estuviera por encima de los demás.
Nuevamente, aquí se puede observar la relación entre la envidia y la soberbia, ya que, en muchas ocasiones el hecho de presumir es la base para que alguien pueda envidiarnos.
Tomás de Aquino al poner en relación diferentes defectos fundamentales afirma que "la envidia, la vanagloria y la ira no tienen el mismo objeto que la soberbia: pero los objetos de éstas se ordenan al objeto de la soberbia como a su fin; entonces, la envidia se entristece del bien del prójimo, la vanagloria apetece el elogio, y la ira, la venganza, y de este modo, tienen alguna excelencia"[24].
En definitiva, estos tipos de defectos fundamentales están claramente relacionados por su propia finalidad.
Alejandro de Hales, maestro de Tomás de Aquino, también observó la relación que existe entre la soberbia y otros vicios al afirmar que el movimiento de la soberbia es inseparable tanto de la vanagloria como de la envidia[25].
Por otra parte, también se percató del paralelismo que existe entre el soberbio y el avaro ya que ambos persiguen la excelencia sólo que se trata de dos tipos de excelencia diferentes: el primero persigue la excelencia en la ciencia, mientras que el avaro busca la excelencia económica[26].
3. Utilidad de la virtud de la humildad para evitar el vicio de la soberbia
Tomás de Aquino siguiendo a Aristóteles define la humildad como “una virtud moral: no es ni intelectual ni teológica”[27]. Indica de ella que no sólo consiste en los actos interiores sino también en los exteriores. La humildad, igual que la paciencia, es una virtud moral[28]. Tomás opina que los hombres hipócritas ocultan su falsedad bajo la elegancia de su vestimenta. Por el contrario, los hombres nobles de corazón se muestran tal y como son debido a que “la humildad es el fundamento del edificio espiritual”[29]. Es decir, proporciona un soporte firme para la estructura del edificio de la interioridad humana: “fundamentalmente la virtud no consiste en las cosas exteriores, sino en la elección más interior de la mente”[30], porque en último término el hombre virtuoso elige el bien entre toda una serie de alternativas que tienen su razón de ser en el don de la libertad. Pero... ¿en qué parte del hombre está la humildad? Tomás responde que se encuentra en el apetito irascible[31]. Pero tal vez este encuadramiento sea insuficiente, pues si estamos ante una perfección humana tan central y relevante, su pertenencia a uno de los apetitos inferiores es insuficiente.
En efecto, como Tomás mismo indica, la virtud de la humildad es tan importante que su existencia “supone la conservación y fundamento de las otras virtudes en su ser”[32]. Es decir, la importancia de esta virtud no sólo debe tomarse en cuanto se considera en sí misma, sino también en relación con las demás virtudes, puesto que las potencia y refuerza de forma que la humildad presupone la existencia de las otras virtudes en el hombre, virtudes que se reflejan en su modo de ser y actuar.
Además, escribe el dominico que “la humildad es alguna disposición para el libre acceso del hombre en los bienes espirituales y divinos”[33].
Es decir, es un camino abierto hacia aquello que está más allá de nosotros mismos; la soberbia nos encierra en nuestra propia vanidad, nos impide ver más allá de lo material; en cambio, la humildad amplia la perspectiva de nuestro horizonte vital.
Sin embargo, a diferencia de la soberbia que persigue el elogio, “la humildad aleja al alma del deseo desordenado de cosas grandes contra la presunción (praesumptio)”[34], de la misma forma que la magnanimidad empuja el alma hacia lo excelso en contra de la desesperación.
Efectivamente, la magnanimidad[35] impulsa al alma hacia la consecución de objetivos elevados siempre bajo la recta razón.
Tomás escribe que “la magnanimidad y la humildad convienen en la materia y difieren en el modo: la magnanimidad se pone como parte de la fortaleza y la humildad como parte de la moderación”[36].
Esta virtud, es fundamental para combatir, por ejemplo, la desesperación.
La magnanimidad y la humildad no son contrarias, aunque en apariencia lo parezcan[37]. El hombre tiene una parte noble y virtuosa recibida de Dios; sin embargo, también tiene una parte limitada en su propia naturaleza humana.
Por esta razón, el hombre desde la parte noble tiende magnánimamente a los bienes más elevados, aunque también sea capaz de valorar sus propios defectos a través de la virtud de la humildad.
4. Las causas de la humildad
En el pensamiento tomista existen diferentes causas de la humildad que enumeramos a continuación:
a) El amor. Honramos a aquéllos que amamos, y esa es una forma de humildad que muestra consideración hacia los demás: “la dignidad de la persona dirige a la consideración de la humildad”[38], porque es aquello que nos da verdadera nobleza interior.
b) El dolor. Tomás de Aquino considera que la humildad puede nacer del sufrimiento del propio dolor, “no porque la enfermedad cause la virtud, sino porque da ocasión a alguna virtud como la humildad”[39]. A su vez, también se desarrollan en tales situaciones la paciencia y la caridad que nacen de nuestra preocupación y amor al prójimo.
c) El temor. La actitud que un hombre adopta ante el deseo de fama y honor también puede producir humildad. Así sucede cuando el hombre desprecia por sí mismo tal objetivo de gloria ante los demás: “contra la inclinación a la soberbia existe el temor que inclina a la humildad”[40]. Por su parte, querer el honor del prójimo propiamente pertenece a la caridad, que se opone a la envidia propia de aquel que se entristece ante el bien ajeno. Así actúa aquel hombre que se deja llevar por la vanagloria y persigue el honor sólo preocupándose por sí mismo[41].
d) La súplica. Por otra parte, pedir produce humildad[42] en tanto que evita la autosuficiencia; es, pues, “una eficaz medicina contra la soberbia”[43]. Cuando una persona pide ayuda a los demás ejerce un verdadero acto de humildad. Tomás de Aquino distingue dos formas de pedir limosna[44]: una persona puede mendigar de manera forzada o de forma voluntaria.
Tras haber expuesto las diferentes causas de humildad que aparecen en los textos tomistas, explicaremos también que San Buenaventura matizó que existen diferentes grados de humildad: "es un alto grado, cuando alguien se humilla en las palabras, es más alto en los hechos, el grado más alto es cuando alguien verdaderamente es humilde en el corazón"[45]. La humildad más profunda, sincera y noble nace desde lo más hondo del corazón humano; allí donde la realidad ya no se confunde con hechos ni palabras; puesto que, en último término, quien es humilde de corazón también lo será en sus palabras y en sus obras.
5. ¿Cómo alcanza el hombre la virtud de la humildad?
Según Tomás de Aquino existen dos caminos diferentes por los que el ser humano puede alcanzar la virtud de la humildad[46]: por un lado, a través del don de la gracia; y por otro lado, mediante el estudio. El estudio humano es fundamental ya que de esta forma, las personas logramos retener antes los asuntos externos y llegamos a conocer la raíz de las cosas. Así afirma Tomás que “el conocimiento de la verdad se tiene antes que la humildad”[47]. Es decir, la humildad tiene en su base el conocimiento de la verdad, hasta el punto que se afirma en el corpus tomista que "todo error proviene de la soberbia"[48]. Por otra parte, a través de la gracia lo más íntimo del hombre precede a lo más exterior y, como ya se ha indicado, la humildad se refiere a la elección más interior de la mente.
Existe una relación muy estrecha entre humildad y sabiduría. Tomás escribe que “la humildad y la sabiduría se encuentran en el hombre en tanto que la humildad dispone a la sabiduría”[49]. Según esto, parece que la primera es la condición de posibilidad de la segunda. Sin embargo, como ambas cualidades no se encuentran en la misma parte del alma, sino que están organizadas jerárquicamente, hay que indagar cuál de ellas es superior. Para Tomás la humildad es inferior a la sabiduría en tanto que la una dispone a la otra. En definitiva, “donde hay humildad hay sabiduría”[50], o lo que es lo mismo, en palabras de Tomás de Aquino “la sabiduría es el lugar de la humildad”[51]. Por tanto, el hombre humilde posee los conocimientos necesarios para actuar rectamente y elegir la mejor opción entre diferentes alternativas[52]. En definitiva, el conocimiento es un bien para el hombre hasta el punto que Báñez determina que el acto malo de la voluntad siempre se da con algún defecto en la comprensión[53].
6. Conclusión
A lo largo de la historia de la filosofía, los filósofos han planteado diferentes doctrinas éticas que propugnan ofrecer modelos adecuados de conducta. San Buenaventura, por ejemplo, escribió que "el carácter es un hábito perfectamente asumido, como una cualidad del espíritu que no se termina completamente en el alma sino que dispone a una perfección ulterior"[54].
El carácter de una persona es esencial para conocer su modo de ser. Pero además del modo de ser también existe la libertad.
Por esta razón, y dado que el hombre vive en sociedad, es necesario crear unos estatutos éticos que determinen qué es correcto y qué no lo es. Evidentemente, la operación conveniente al hombre es obrar según la recta razón que está orientada al bien. De hecho, la humildad (que se opone a la soberbia) es una de las virtudes más importantes en la vida, ya que reprime el ánimo para el honor indebido valorando los propios defectos personales[55].
En el caso concreto de Tomás de Aquino nos encontramos con un modelo ético que refiere directamente al bien y al mal y a sus consecuentes placer y tristeza, como patrones de un modelo de conducta adecuada: "no cualquier virtud moral es acerca de los placeres y tristezas tal como con respecto a su materia (la fortaleza es acerca de los temores y audacias) pero toda virtud moral se ordena al placer y la tristeza tal como a algún fin consiguiente"[56].
De las diferentes virtudes nombradas en el corpus tomista, aquí se ha atendido a la humildad como un medio eficaz para luchar contra el vicio de la soberbia, que se refleja claramente en la acción humana en estas manifestaciones: la jactancia, la hipocresía, la desobediencia, la desesperanza, la infidelidad y la presunción.
Para combatirlas, Tomás nos propone los siguientes remedios: el amor, el dolor, el temor y la súplica, que están vinculados a la virtud de la humildad[57].
FDO.MAITE NICUESA
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